Las damas de hierro. Las mujeres durante el franquismo

Parafraseando el título de la novela realista de Luis Martín-Santos, con la irrupción del régimen franquista se implantó en España un tiempo de silencio, un periodo en que el país entero se transformó en una gran cárcel. La definitiva victoria del bando nacional supuso la extirpación de las libertades y derechos conquistados durante la II República. Así, se instauró en España un sistema totalitario de corte fascista, donde los aparatos del estado intentaron copar todos los ámbitos de la sociedad civil y eliminar cualquier atisbo de disidencia en lo político, en lo económico, en lo social o en lo cultural. La represión se extendió como una gran mancha.

En lo que concierne a las mujeres, este retroceso tuvo mayor impacto, pues las consecuencias fueron más profundas y afectaron a todas las parcelas de sus vidas. Los primeros ensayos y pasos en el largo camino de la igualdad experimentados durante el periodo republicano, y acelerados en la contienda civil bajo influjo anarquista (derecho al voto y a ser elegible; divorcio; derecho a la patria potestad de los hijos e hijas; coeducación; derecho al aborto; supresión del delito de adulterio femenino...), atentaban seriamente contra el modelo de mujer preconizado por las fuerzas vivas del franquismo. El ideal femenino representado por el ángel del hogar y la domesticidad debía ser instaurado a la mayor brevedad, y las mujeres apartadas de la esfera pública y devueltas al ámbito de lo privado. Igualmente, éstas deberían quedar sometidas a la autoridad patriarcal ejercida por padres, esposos o hermanos. 

En la consecución de estos objetivos perseveraron diferentes instituciones. Una de las más importantes fue la iglesia católica y sus jerarcas, responsables últimos de la moralización del país. Emilio Enciso Viana, sacerdote alavés que llegó a ocupar el puesto de consiliario de Acción Católica Femenina de España entre 1950 y 1963, tuvo un sitio predilecto en esta tarea. Así, numerosas son sus obras moralizantes dirigidas a las jóvenes españolas, entre las que destacarían “La muchacha y la pureza”, “La muchacha en el noviazgo”, “La muchacha en el hogar”, “Para tus 15 años”, “Águila o Sapo”, y un largo etc. todas ellas recogidas en la colección “Muchacha Cristiana”. Su cometido quedaría resumido en las siguientes cuestiones retóricas que enfatizarían en la domesticidad, sumisión y pasividad de las mujeres: “... ¿Quieres ser pura? Huye del peligro (...) ¿Conoces a muchas mujeres puras entre las que frecuentan ciertas reuniones, ciertas diversiones, ciertos espectáculos o ciertas lecturas? (...) ¿Conoces a muchas mujeres puras entre las que todo lo miran, todo lo piensan, o todo lo hablan?” concluyendo con “...las chicas buenas han de estar encerradas en casa y huir del peligro de la vida moderna que conllevan la familiaridad con el otro sexo, la igualdad de ocupaciones y la igualdad en el modo de vivir y que derivarían en una mujer masculinizada desequilibrada...”. Si estos consejos no resultaban suficientes y las mujeres traspasaban la barrera moral y “pecaban”, contaron con otra institución estatal que las reconduciría por “el buen camino”. Nos referimos al Patronato de Protección a la Mujer encargado de la “dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la religión católica”.

La educación, como arma cargada de futuro, también padeció cambios sustanciales encaminados a resaltar la diferencia de hombres y mujeres y la complementariedad de los sexos. Así, la coeducación fue prohibida y la educación de uno y otro sexo discurrió por diferentes derroteros y respondió a distintos fines. La instrucción de las mujeres se dirigiría a formar esposas y madres ejemplares capacitadas para el hogar, que diesen a la patria numerosos hijos e hijas. Esto conllevaba que el currículum escolar de las mujeres incorporase asignaturas tales como tareas del hogar y economía domestica. Dentro de estas materias se enfatizaba una y otra vez en la autoridad del cabeza de familia masculino sobre los demás miembros del núcleo familiar, y la subordinación de las mujeres era considerada un valor en alza. Así, uno de los manuales dirigidos a alumnas de bachiller, comercio y magisterio rezaba: “...Cuando estéis casadas, pondréis en la tarjeta vuestro nombre propio, vuestro apellido y después la partícula «de» seguida del apellido de vuestro marido... Esta fórmula es agradable (...) somos Carmen García, que pertenece al señor Marín...”. Su acceso a la educación superior también se desincentivó, pues según José María Pemán “las mujeres eran muy anti intelectuales por definición” y por ello había que “apartarlas de la pedantería feminista de bachilleras y universitarias”. 

Las organizaciones de mujeres amparadas por el régimen dictatorial, en su tarea de adoctrinamiento social y político, también ahondaron en la subordinación de las mujeres. Instituciones falangistas como la Sección Femenina de Falange y Auxilio Social, o las tradicionalistas y católicas como las Margaritas y la Acción Católica de la Mujer emprendieron una labor importante al objeto de restaurar el modelo del ángel de hogar y desterrar de una vez por todas a las “mujeres rojas desgreñadas”. Valga como ejemplo los objetivos marcados por el Servicio Social que deberían cumplir obligatoriamente todas las mujeres españolas y que contribuirían a su “formación como futuras madres de familia”. Entre ellos destacaban la formación religiosa y política, la formación familiar y social, la adquisición de conocimientos de puericultura postnatal, corte y confección, cocina, higiene y medicina casera, etc.

Esta subordinación de las mujeres impulsada desde diferentes ámbitos tuvo su reflejo en las leyes decretadas por el franquismo. El código civil implantado durante la dictadura era un claro exponente. En él encontramos una amplia batería de artículos encaminados a establecer un sistema patriarcal donde las mujeres quedarían maniatadas a la autoridad masculina. Así, si las mujeres permanecían solteras, quedaban bajo la tutela del padre hasta los 25 años. Si por el contrario contraían nupcias, el marido pasaba a ser su representante legal y como reconociera Lidia Falcón, “morirían civilmente”. De este modo, la licencia marital fue necesaria para el desenvolvimiento social y civil de las mujeres. O dicho de otro modo, para establecer un contrato laboral, para ejercer actividades comerciales, para la disposición de una cartilla de ahorros, para comparecer en un juicio, para enajenar bienes, para aceptar o repudiar herencias, para obtener el pasaporte, para alquilar una casa, etc. las mujeres necesitaban de la autorización del marido. De igual manera, las mujeres cuando se casaban estaban obligadas a seguir la residencia del esposo, y si este era ciudadano extranjero, se veían obligadas a renunciar a la nacionalidad española. Con el tiempo, y ante la acción de mujeres juristas como Mercedes Formica y María Telo, estas medidas fueron relajándose en sucesivas reformas del código civil (1953-1954, 1958), pero la licencia marital perduró hasta el ocaso de régimen.

El mundo del trabajo extradoméstico fue otra parcela considerada peligrosa para las mujeres, por el peligro moral que entrañaba la convivencia con los hombres. El Fuero del Trabajo implantado en 1938 entre sus objetivos principales pronto dejó claro que había que “expulsar a las mujeres casadas del taller y de la fábrica” e instaurar el modelo de “male breadwinner family”. Las reglamentaciones de trabajo también introdujeron clausulas que especificaban que las mujeres debían abandonar el trabajo una vez casadas, al objeto de devolverlas a su función “natural” de esposas y madres. Éstas y otras medidas tendentes a apartarlas de la actividad laboral quedaron sin efecto ante la imperiosa necesidad de mano de obra que experimentó el país en la década desarrollista de los 60. Aun así, la discriminación laboral de las mujeres fue patente, pues su acceso a determinadas profesiones fue restringido, su promoción profesional cercenada y percibieron un salario inferior ante igual trabajo.

No obstante, pese a ser el modelo de la domesticidad parte del discurso oficial del régimen, muchas mujeres lo contravinieron. En los primeros años de dictadura esta subversión se produjo de forma soterrada, pero con la intensificación de los movimientos feministas de corte igualitario a finales de la década de los 60, la confrontación pasó a ser abierta y manifiesta y el patriarcado puesto en cuestión.

Autora: Aritza SAENZ DEL CASTILLO VELASCO
Fuente: euskonews


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